MORAL. Historia
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  La historia de la moral cristiana es un camino lleno de inquietudes, de interrogantes y de progresos o de regresos, cuando se miran los criterios y cuando se analizan las decisiones magisteriales. Tan interesante es la historia evolutiva de la moral como lo es la trayectoria de los dogmas o las actuaciones cultuales y litúrgicas.
   Sugerir el itinerario de la moral es una forma de entender lo que hoy pensamos los cristianos de la conciencia, de la ley y de la Palabra de Dios en cuanto son fuerzas que iluminan el caminar de los hombres.

  1. Los primeros siglos

  Directamente influidos por los mensajes evangélicos, vivos por la palabra de las personas y escritos por sus testimonios y cartas recogidas en la Escritura del Nuevo Testamento, todo se basó en la fe (kerigma), en el amor (agapé) y en el misterio de Jesús, Dios hecho hombre.

   1.1. La moral del Evangelio

   Estaba regida por las enseñanzas directas del mismo Jesús, con sus palabras y con sus obras. Es moral que llega hasta hoy con pleno vigor. Y es moral que, para cuando se consignó en los 27 documentos del Nuevo Testamento, tenía ya muchas décadas de aplicación vital en las primeras comunidades cristia­nas.
   En el centro de esa moral es el kerigma, el mensaje, la buena noticia, de que se sienten portadores los discípulos inmediatos de Jesús. Todo en ella se centraba en el Reino de Dios, que es la expresión que indica la victoria del bien sobre el mal.
   Se puede perfilar un plan de vida magnifico con los textos del Nuevo Testamento. Y ese plan se teje con hilos de fe, de amor al prójimo, de oración al Padre, de fidelidad al Espíritu. Sin más formulaciones que las palabras de Jesús y sin más modelos que los hechos de Jesús, la vida del cristiano quedaba proyectada hacia el Padre.
   La antimoral cristiana venia dada por el racionalismo de los saduceos (los escribas, los doctores) y sobre todo la hipocresía de los fariseos. El Evangelio de Juan, el más místico y orientador, insiste en el "sentir y vivir" al estilo de Jesús. Los Sinópticos llevan la atención hacia el "obrar bien" y, desde luego, mejor que los fariseos y los escribas.
   Las enseñanzas de San Pablo perfilan ya tantas consignas de vida, tantas líneas de moral cristiana, que por eso las comunidades destinatarias las tomaban como texto de lectura y como "Nueva Alianza", al igual que los libros de los Profetas y los de la Ley lo habían sido anteriormente y lo seguían siendo en las comunidades judías.


 

 
    

1.2. Padres apostólicos

   Al ir desapareciendo los discípulos inmediatos a Jesús, los Apóstoles, los escritores, predicadores y presbíteros de las comunidades tomaron el testigo de la moral cristiana. Se habla de "Padres apostólicos" al referirse a los escritores que tuvieron vinculación y proximidad cronológica y vivencial con los Apóstoles.
   Ellos estaban cercanos a la Escritura de forma especial. Enseñaban a vivir y a obrar como lo hizo Jesús. Quedaban en su conciencia las palabras recogidas en los testimonios evangélicos, pero en otros muchos dichos (logia) y consignas de Jesús que latían todavía en las comunidades cristianas primitivas.
   Quedan documentos y testimonios (escritos y los mismos Evangelios llamados Apócrifos) que recogían dichos y hechos de Jesús y de sus primeros discípulos. Todos ellos rezuman, al final de siglo I y comienzos del II, formas de vida, principios morales, iluminados por afanes escatológicos, por la esperanza en una inmediata vuelta de Jesús (Parusía).
   Algunos escritos orientadores de la vida de los fieles son "Carta a los Corintios", de Clemente de Roma, las "Cartas" de Ignacio de Antio­quía, "Carta a los Filipenses", de Policar­po, la "Homilía pseudoclementina", "la Didajé", "la Carta del PseudoBernabé", "el Pastor" de Hermas, "las Odas de Salomón", un Evangelio (apócrifo) de Tomás.
   Los puntos comunes de estos documentos se centran en la confianza en Jesús, en la esperanza de su venida, en la exhortación a la caridad fraterna.
   Hay resabios cercanos de la tradición vital y cultural del judaísmo. La moral que se proclama, eco de los pro­gramas propuestos sobre todo por San Pablo en sus cartas, resalta el rechazo del legalis­mo formalista de los fari­seos, tan vivamente reflejado ya en los Evange­lio y atribuido con persistencia al mismo Jesús. Se habla de obrar por el Espí­ritu que ofrerce libertad en el amor y no temor ante la Ley. Se advierte con clari­dad que los creyentes tienen conciencia de que ha nacido una "Nueva Alianza" y que el "Viejo Testamento" ha quedado superado. La ley de Jesús ha desplazado la Ley de Moisés.
   Los padres apostólicos impulsan una moral de la vida, no una moral de la norma. No hay más pecado que la falta del amor y la entrega a una vida sensorial (de orgías) como hacen lo paganos. Pero no vasta ya vivir como los judíos, en el culto a Templo (ya destruido) que ha quedado sustituido por "el único sacrificio de Cristo”.

   1.3. Los alejandrinos.

   En el siglo III surge un intento, que será seguido de otros muchos, de orde­nar y sistematizar la reflexión. Corresponde al núcleo intelectual de Alejandría, ciudad heredera de intensa vida intelectual helenística, centro de muchos sabios paganos, pero también cristianos, desde el siglo II antes de Cristo.
   Los cristianos y escritores que aparecen en este lugar ofrecen una moral interesante. La sabiduría humana tiene que ser aprovechada por los cristianos, que deben ser cultos y sabios. La cultura es un deber del cristiano. Los más sabios deben ilustrar la conciencia de los más sencillos.
   Así piensan Clemente de Alejandría (+ 215) y Orígenes (+ 254), las dos grandes lumbreras, aunque no únicas, de Alejandría. La fe y la moral se apoyan en la Escritura inter­pretada con la experiencia, la tradición y la inteligencia. Por no es sólo este el único fundamento. La filosofía, incluso, pagana, si es honrada y racional, ayuda a ilustrar y orientar la conducta. Se necesita una "moral sabia", no sólo crédula, Las corrientes filosóficas del imperio llegan a la gran urbe, la mayor después de Roma, de modo especial el estilo estoico y el neoplatónico, incluso ráfagas del gnosticismo más propio de las comunidades griegas.
   Para los alejandrinos la moral se centra en la imitación de Cristo, que es el pedagogo, el maestro, el modelo de los hombres, el que hace posible agradar a Dios. Además hay que asumir las circunstancias de la vida cotidiana y los deberes para con la comunidad a la que se pertenece, la Iglesia.
    El libro de "El Pedagogo" refleja el pensamiento moral de Clemente de Alejandría. Presenta principios generales de vida moral: oración, sumisión a la Providencia, acciones buenas para lograr que Dios nos escuche y nos responda con su protección y amor paternal.
   En el II y en el IIl de los libros se dan normas de vida sencilla: beber, comer, vida conyugal, obediencia a los presbíteros, limosna. Alientan a los compromisos con la ciudad y recuerdan el deber de aceptar las leyes de la ciudad. es un plan de vida cercano, comprometedor y procedente de Dios.
   Orígenes, la más grande de las figuras del grupo, es un verdadero filósofo moralista, además de ser un escritor cristiano erudito. Llega incluso al rigorismo moral en las exigencias de la vida cristiana. Llegará a tener problemas con sus inter­pretaciones del deber y del obrar. Por influencia platónica, se orienta a interpretaciones alegóricas y se apoya demasia­do en los gestos y en los símbolos, lo que le acerca a las supersticiones.
   En su libro de  "Primeros principios", trata del hombre y de su libertad frente a las tentaciones de este mundo: Presenta la vida moral con tintes de lucha ante el peligro del mal, incluso con el pesimismo de creer que son pocos los que pueden obrar el bien.
   En su "Tratado Sobre la oración" reclama la ayuda divina. En su obra "La Exhortación al martirio", reclama la fortaleza y la fidelidad a la fe en Jesús como condición de comportamiento del cristiano, incluso aunque haya que morir por El.
   En cierto aspectos, la moral de Oríge­nes se vuelve mística: hombre imagen de Dios, Dios luz del interior, cuerpo cárcel del alma, cielo esperanza del desterrado.

   1.4. Los africanos.

   En el Norte de Africa, misterios de la Historia, brillaron comunidades cristianas fecundas y admirables que un día habría de desaparecer. La de Cartago fue singular para el pensamiento moral de los cristianos de Occidente.
   Ya en el siglo III, antes de Nicea, la cristiandad africana influía en otras mu­chas regiones. Desde el año 180, en que se multiplicaron las mártires en su seno hasta el año 313, la Iglesia de Africa se curtió con la sangre de sus mártires.
   El tono africano de esos siglos fue intensamente moral. Tertuliano (+ hacia el 220) fue incansable promotor de inte­rrogantes morales: castidad, segundas nupcias, espec­táculos, participación en cargos públicos, las acciones militares. Sin embargo su postura pasaría a la posteridad teñida de integris­mo, aunque en su tiempo fue valorado como ejemplo de rectitud. Su rigorismo moral le suscitó reacciones y adversarios en su misma comunidad y no triunfó.
   Algunas herejías morales surgieron ese ambiente: el montanismo, por ejemplo, que era movimiento apocalíptico que proponía exigencias morales extremas.
   San Cipriano (+ 258), obispo de Cartago y mártir, fue más moderado, pues su corazón de pastor le hacía estar más ceca del Evangelio. En sus "Cartas" trató de temas de vida cristiana: oración, los deberes, la vida que deben llevar las vírgenes, la paciencia y la dulzura, las buenas obras, la envidia, los celos.
    Otros escritores, como Arnobio o Lactancio fueron verdaderos moralistas preocupados por el bien y el mal. Lactancio en sus "Instituciones divinas" (entre  304 y 313), hablaba claramente de las ba­ses racionales de la moral cris­tiana y definía la virtud, el bien supremo, la sabiduría, la justicia y en términos claros. Su fuente de inspiración fue Cicerón, pero añadió a su reflexión la fuerza original del Evangelio.

   1.5. El siglo IV

   La moral cristiana como sistema organizado se formó sobre todo en el siglo IV con los grandes maestros de doctrina y de vida cristiana. El cristianismo ganó espacio vital y la vida social comenzó a configurarse en las ciudades en función de la mayoría cristiana. El monaquismo, ampliado en los tiempos de las persecuciones, se fue imponiendo como modelo de vida cristiana.
   Además aparecieron grandes pensadores en los núcleos de mayor influencia cultural del Imperio Romano, tanto en Occidente como en Oriente. Su influencia llegaba incluso a las comunidades cristianas de otros ambientes como en los cristianos existentes en Persia, Armenia, Cáucaso, Arabia, Etiopía.
   La infraestructura intelectual de los escritores cristianos fue helenística: principios generales griegos y sensibilidad jurídica romana. Sus lenguajes morales y doctrinales comenzaron pronto a usar terminologías estoicas, neoplatónicas, en ocasiones gnósticas.
   La difusión del catecumenado como sistema y proceso preparatorio para el bautismo contribuyó a que la formación moral, y no sólo la doctrinal, se convirtiera en puerta de ingreso y estímulo para vivir conforme a la conciencia y a la comunidad de pertenencia. Las comunidades exigían para bautizarse haber llevado una vida cristiana durante un tiempo y ordenar la conducta conforme al Evangelio.
   Los documentos con fuerte carga moral se multiplicaron en ese siglo: las "Catequesis bautismales" de Cirilo de Jerusalén, las "Homilías" de Teodoro de Mopsuestia, los diversos escritos de San Ambrosio, de San Agustín, de San Juan Crisóstomo y de otros Padres.
   La conversión a la fe suponía también la rectitud de vida y la limpieza de criterios morales. Se empezó pronto a asociar la pureza de doctrina con la pureza de vida, sobre todo por la lucha contra las herejías que fueron brotando en diversos lugares. La mayor parte de esas herejías implicaba una forma de vida, una moral; la reacción también reclamó sinceridad en la conducta y en las virtudes.
    En el año 325 se declaró el domingo día festivo para todos y se favoreció la legislación del matrimonio y de la familia con pala­bras ya cristianas: prohibición del concubinato para el casado, castigo serio del adulterio y del rapto, prohibición en la prácti­ca del divorcio, rechazo del infanti­cidio y condena de la exposición de los recién nacidos. Incluso comenzó la oposición de lo más querido para un romano, los juegos y pugi­latos de gladiadores, abolidos el 438.
   La Iglesia cultivó en los pueblos convertidos ideas de paz y no de guerra, la compasión con los vencidos y no el exterminio, la clemencia, la prohibición de la tortura, la suavidad con los esclavos y el trato humano de los prisioneros.

   1.6. Los Capadocios.

   Entre los Padres de la Iglesia que manifestaron más claros criterios de vida y de moral están los llamados "capadocios", por la región asiática de donde procedían. Tuvieron una gran influencia en el Oriente cristiano y su figura todavía brilla en la Iglesia: San Basilio Magno, San Gregorio de Nisa y San Gregorio de Nazianzo.

   1.6.1. San Basilio Magno (+ 379)

   Fue obispo de Cesarea, hombre de gran capacidad intelectual y profunda cultura griega. Se mostró siempre atento a los aspectos prácticos, es decir morales, del mensaje evangélico, aunque no menos atento estuvo a las inquietudes especulativas de sus contemporáneos. En las dos "Reglas" que escribió para los monasterios que fundó y animó en su etapa de monje, insistió en los aspectos morales de la vida cotidiana: trabajo, solidaridad, respeto a la autoridad, virtu­des de justicia y de piedad. Escribía para monjes, pero trazaba consignas de vida para todos los creyentes.
   En su hermoso, profundo y breve tratado "Exhortación a los jóvenes sobre la lectura de escritos paganos", resolvió la cuestión de si era lícito estu­diar autores no cristianos, que algunos ponían en duda con rigorismo moral. Declaró el valor de la sabiduría venga de donde venga. Intentó armonizar el ideal moral del helenismo y la doctrina evangélica de la virtud e invitó a los jóvenes a no hacer diferencias por la fuente siempre que el agua sea pura. En sus sabrosos "Comentarios a la Escritura", propuso las leyes de la vida cristiana, insistiendo en la humildad, en la penitencia y la lucha contra los vicios (ira, avaricia y embriaguez, venganza). Tuvo especial sensibilidad para los aspectos de justicia y la desigual distribución de las riquezas.
   En ocasiones su reflexión se volvió cercana al misticismo y fundamentó su pensamiento moral en el concepto del hombre como imagen de Dios. Por consiguiente, vivir moralmente significaba para él estar en camino y reproducir las perfecciones del Creador. Trató temas hermosos, por ejemplo la virginidad, la oración y el martirio. También insistió ante todo en el amor a los pobres y en la limosna, condenando la usura como una verdadera calamidad social.

  1.6.2. Los dos Gregorios

   Sus ideas se hicieron también presentes en San Gregorio de Nazianzo (+ 390) que fue también patriarca de Constantinopla. El "Nacianceno" habló de la moral en la misma clave evangélica en obras hermosas, como la "Filokalia" y en las "Homilías", aunque su lenguaje fue más didáctico y estético que moralizante.
   Algo parecido se reflejó en S. Gregorio de Nisa (+ 394), que en sus obras "Del alma y de la resurrección" o en su "Discurso contra Eunomio" se centró más en la defensa de las verdades impugnadas por los arrianos que en los aspectos morales de la vida del cristiano.

   1.7. La moral de Antioquía.

   En Antioquía el mayor representante de aquella comunidad fue San Juan Cri­sóstomo (+ 407), patriarca luego de Constantinopla. El apasionado orador del Oriente (el crisostomos, el boca de oro), centró su vibrante predicación en el seguimiento de Jesús con vida recta. Sus "Homilías", llenas de sabrosos comentarios bíblicos, eran programas de vida cristiana. Resaltaban el sentido espiritual de la vida humana, haciéndose eco de las actitudes estoicas y platónicas en un contexto cristiano.
   La moral del Crisóstomo era vital. Trataba de lograr con sus palabras la conversión de los oyentes: fustigaba los vicios, aconsejaba las virtudes, reclamaba la compasión y la limosna, proponía modelos, sembraba criterios, enardecía los corazones. Su centro de atención estaba el amor a Dios en el que se debe fundar el amor al prójimo. Condenaba la vanagloria, la presunción, la lujuria, las fiestas paga­nas. Animaba a evitar las ocasiones de pecado, como eran los es­pectáculos del circo y del teatro, a los que llamaba "asambleas de Satanás".
   Trató con habilidad de la moral de diversos estados, sobre todo de los  sacerdotes, en su hermoso libro "Sobre el sacerdocio", uno de los más bellos tratados del tiempo patrístico. Pero no se olvidó de los demás.
  Dio normas a las doncellas en su delicado libro "Sobre la virginidad". Ofreció consignas a los casados y para la vida matrimonial. Trazó el perfil del buen monje. Y hasta dejó a los soldados ideas clara de como debían portarse en la guerra y en la paz. Sus consignas sobre la educación de los hijos (en un libro con este título) son reflejos de un singular sentido común.

   1.8. Moralistas de Occidente.

   En Occidente los grandes moralistas fueron San Ambrosio y San Agustín. Su misión fue hacer síntesis entre Oriente con su sentido místico y jerárquico y Occidente con su preferencia práctica.

    1.8.1. San Ambrosio (+397)

    Fue obispo de Milán. Mostró un claro estilo romano en sus planteamientos morales. El mismo había sido funcionario oficial y sabía de leyes y de obediencia. Ello significaba vivir con sentido práctico, respetar a la ley y el orden, defender la justicia y la legalidad, defensa de la igualdad y la libertad.
   Se inspiró en Filón y en Orígenes. Y fue su tardío estudio de la Biblia lo que le dio la tonalidad original de romano que asimila el mensaje evangélico. Escribió "Sobre la virginidad" y aprovecho el texto para clarificar la moralidad del matrimonio. Escribió "De los deberes de los eclesiásticos" y en sus tres libros trazó el profesiograma de consagrado a Dios por la comunidad, en cuyo tratado siguió de cerca las ideas de Cicerón. En esta obra hizo una verdadera suma de la moral sacerdotal.

    1.8.2. San Agustín (+ 431)

    Fue Obispo de Hipona y genio de por­tentosa creatividad. Trató de todo lo tratable en clave cristiana. Sus actitudes morales iluminarían a los cristianos a lo largo de quince siglos, siendo admirables por su intuición, por su argumentació­n y por la variedad temática. La moral agustiniana es cristocéntrica por convicción. Su idea central es imitar a Cristo Dios y hombre: en lo divino siguiendo el espíritu de vida, en lo terreno ordenando la vida según el espíritu.
    El cristiano tiene el deber de "imitar a Cristo", inalcanzable por la divinidad, pero cercano por su humanidad. La fuerza moral nace en el interior (teoría de la iluminación). Dios ha grabado en el corazón la caridad, pero hay que hacerla brillar por la claridad. La ley de Cristo es el amor, iluminado por la fe y fortalecido por la esperanza. La caridad es alma de la moral.
   Las virtudes morales de los griegos: prudencia, justicia, fortaleza, tem­planza, sólo llegan a ser virtudes por la caridad.


   Contra los pelagianos se lanzó con pasión, no sólo porque negaban la acción de la gracia, sino por que sembraban el pesimismo y rompían el amor en la Iglesia. En los 15 tratados que escribió contra esa herejía, justificó las acciones buenas para conseguir la salvación. Los pelagianos mataban la moral al negar la libertad al hombre y dudar de la gracia de Dios. San Agustín recordó que el hombre tiene pecado original, pero ha sido redimido. Tiene ordenar su vida natural para recuperar su riqueza sobrenatural. Es el principio del a moral.

 

   

 

   2. Moral medieval

   La moral patrística, desarrollo florido y magnífico de la moral evangélica, se sintió convulsionada, no cambiada, cuan­do los pueblos bárbaros cambiaron la faz de Europa y el Oriente cristiano se configuró de forma diferente al Occidente. El Occidente se fragmentó en Reinos nuevos. El Oriente se parapetó tras los muros de la tradición, simbolizados en la inexpugnable Constantinopla, murallas que fueron abatidas por el arrollador impulso mahometano sólo el 29 de Mayo de 1453, en que los turcos tomaron la ciudad al asalto y la cambiaron el nombre por el de Bizancio.

   2.1. Los siglos V y VI

   En Europa los pueblos bárbaros traje­ron una nueva moral en todos los terrenos: guerras, torneos, títulos nobiliarios, clases sociales enfrentadas, señores y súbditos, doble legislación (romana y goda). El sentido del Derecho romano cayó en parte, pero era tan fuerte que en otra parte sobrevivió y se fortaleció.
   Los grandes moralistas de los primeros siglos bárbaros fueron figuras como Boecio, (+ 525), Casiodoro (+ 575) e Isidoro de Sevilla (+ 636). Sirvieron de tránsito de la Patrística a la etapa feudal de los señoríos: señoríos de castillos y palacios; y señoríos monacales, donde los abades guiaban a los monjes.
   San León Magno (+ 661) en sus "Sermones" marcó pautas de vida cristiana, haciéndose eco del Evangelio, pero con nuevas pistas expositivas (consignas breves, sobrios escritos, intenciones litúrgicas). San Cesareo de Arlés (+ 542) presentó con decisión un plan de perfección a los cristianos en la "Regla de las vírgenes" y en la "Regla de los monjes," haciendo ambos estados modelos de familias cristianas que se acerca a ideales de perfección.
   San Gregorio Magno (+ 604), en el "Libro de la Regla Pastoral", se interesó por cuestiones de convivencia y de justicia. Y en otro escrito, "Mora­lia in Job", aprove­chó la historia del paciente Patriarca para dar normas de vida mediante el aguante y la fidelidad.
   En Oriente hubo también buenos directores de vida cristiana. San Máximo el Confesor (+ 662) y San Juan Damasceno (+ 749) consignaron en sus obras magníficas directrices y exigencias de entrega a los deberes y al respeto al prójimo.

   2.2. La moral monacal

   La moral medieval estuvo teñida irremediablemente de espíritu monacal. Tal vez no podía ser de otra forma pues los condes, duques, marqueses, príncipes, llevaban en la sangre demasiado ardor guerrero para ser compatibles sus estilos caballerescos con la mansedumbre y la caridad pedidas en el Evangelio.
   La figura de S. Benito (+ 547), con su "Regla" y su lema "Ora et labora", fue decisiva en los planteamientos morales de la sociedad feudal de Occidente y en la no menos señorial del Oriente. Los monasterios se extendieron por toda Europa y dieron la tonalidad cristiana a los jóvenes pueblos surgidos de las invasiones y apo­sentados en las ciudades conquistadas.

   2.2.1. Moral penitencial (VII AL XI)

   Es interesante contrastar en estos siglos de la Alta Edad Media cómo la vida de los monasterios sirvió de referen­cia moral a los que trabajan en los cam­pos o en las artesanías de las villas (villa­nos) y de los burgos (burgueses).
   En los monasterios se enseñaba desde la liturgia, la oración, el orden, el respeto a la ley, la fidelidad al matrimonio. Incluso, en lo posible, se daba la cultura que se promovía en los talleres de los monjes copistas y en las bibliotecas de libros bellamente adornados.
   Algunos escritores como Beda el Venerable (+ 735) o Alcuino de York (+ 804), Rabano Mauro (+ 865), Pascasio Radberto  (+860), pueden servir de referencia en ese afán de ordenar la vida de los pueblos cristianizados: de los sajones el uno, de la brillante corte de Carlomagno, Alcuino, del extenso mundo de los germanos los demás.
   Los pueblos bárbaros necesitaron mucho tiempo para moralizar sus cos­tumbres. Pero lo lograron con los modelos vivos a los que acomodaban su conducta. Aprendieron ritos y fiestas litúrgi­cas, romerías y celebraciones, respeto al prójimo y resignación a vivir del trabajo, virtudes todas monacales y generales.
   Es interesante recordar el papel de los monjes irlandeses, que se difundieron por el continente y, en vez de penitencia y plegarias colectivas, promovieron penitencias individuales, secretas y ejemplatizantes, según tarifas que fueron elaborando. Extendieron la penitencia privada: confe­sión en secreto, tarifas penitencia­les prefijadas, indulgencias ocasionales a cambio de limosnas y obras de piedad.
    Los “libros penitenciales” aparecieron en el siglo VII y se convirtieron en guías de moral. Las penitencias más frecuentes fueron las limosnas para lo que tenían bienes y los ayunos para los demás. In­cluso las tarifas penitenciales dependieron de cada situación o estado: clérigos, monjes, laicos, varones, muje­res, soldados, co­merciantes, labriegos. etc. Hoy se estudian con lupa esos libros penitenciales y se diferencian diversas corrientes o estilos: bretones, irlandeses, anglosajones y continentales. El último texto peniten­cial conocido parece ser el "Corrector sive Medicus", libro XIX del Decretum de Burchard (+ 1010), obispo de Worms.
   Especial referencia moral conviene insinuar para las zonas cristianas que hicieron de muros de contención del arrollador avance mahometano en Occidente y en Oriente. En Occidente fue la Península Ibérica el campo de batalla de una guerra de ocho siglo (711 a 1492)
   Desde los reinos de Europa se apoyó la lucha en Oriente con las diversas cruzadas (casi diez) que establecieron reinos y principados cristianos en Siria y Palestina, aunque a la larga fueron exterminados por el mahometismo.
   La moral del cruzado, vinculada a Ordenes religiosas militares orientada a lucha cruel contra el infiel, hizo de la moral algo también militarizado. Los pecados se perdonaban por luchar contra el sarraceno que ocupaba los Santos lugares que ya no se podían visitar o buscando la sustitución del camino de Santiago o la visita de las Iglesias penitenciales romanas

   2.2.2. Moral polémica: Siglo XII.

   La moral cobró una nueva dimensión cuando se renovó la vida social europea a lo largo del siglo XII y del XIII. Las ciudades (villas y burgos) aumentaron con el comercio. Al igual que en las mezquitas árabes había centros de cultura (las madrazas), las catedrales cristianas organizaron "Estudios generales" para promover las ciencias, la Teología y la Filosofía.
   Esas escuelas catedralicias, hechas universidades, fomentaron la diversidad de criterios, la variedad de estímulos, sobre todo con la aparición de los "frailes" en tiempos posteriores.
   Esa fraternidad tenía lugar en los "conventos" y los frailes se declaraban mendicantes por subsistir de limosnas o del trabajo, sobre todo del docente realizado en las escuelas catedralicias y en las universidades.
   La fuente de la moral siguió siendo la Biblia. Pero los textos de la Escritura se interpretaron ya desde opciones filosóficas diferentes. Las acciones litúrgicas de los mo­nasterios y las tarifas aplicadas a los penitentes que acudían a ellos comenzaron a olvidarse. Fueron reemplazadas por la predicación de los frailes ambulantes (franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas). Los criterios se hicieron menos monacales y más eclesiales. Los monjes insistían en la fuga mundi como ideal de vida moral. Los frailes van a predicar el amor Jesús, el perdón del prójimo, la fidelidad al credo, la penitencia, el valor de la paz. Es lo que hicieron Francisco de Asís y Domingo de Guzmán y los miles de seguidores que se llamaron "Hermanos".
   Así pues en el siglo XII los modelos de vida moral se diversifican. La moral monástica quedó todavía reflejada en autores como Lanfranco (+ 1089), fundador de la escuela de Bec, en Normandía. Y también en su discípulo San Anselmo (+ 1109), luego Obispo de Canterbury. En su libro "De Veritate" reflexionó sobre el deber de seguir la luz de la conciencia. En otro de sus escritos, "De libero arbitrio", recordó la indiscutible realidad de la libertad humana.
   Siguió teniendo valor la influencia de algunos monasterios brillantes, como el de Cluny, reformador del espíritu benedictino, cuyos monjes se extendieron por toda Europa. Pero Cluny, más que escuela de moral, lo fue de vida cristiana.
   Entre los mejores moralistas cluniacenses hay que citar a Pedro el Venerable (+ 1156) y a Bernardo de Cluny (+ 1150). En los ámbitos alemanes el monje más significativo fue Ruperto de Deutz, que se preocupó por iluminar una moral cristocéntrica con el Evangelio.
   Cuando poco después llegó la reforma del Císter, la moral se unió a la mística, la acción de la vida cristiana se junto con la contemplación de la vida monástica, y de nuevo por toda Europa se difundieron los ideales de los "monjes blancos" .
   San Bernardo (1153), cuya moral brotaba de su fe, predicaba la vida de caridad. El daba importancia a la oración, a la humildad, a la imitación de Cristo, a la huida del pecado, a la frecuente purificación por la penitencia.
   La otra figura moral más significativa de ámbito monacal fue la de Guillermo de Saint Thierry (+ 1148), místico entusiasmado con la Trinidad, y promotor de una moral trinitaria.
   Algunos cistercienses de la mitad del siglo XIII, como Tomás de Perseigne, Isaac de la Estrella, Edmundo de Froidmont, volvieron a buscar inspiración en filósofos moralistas anti­guos, Platón, Séneca, Cicerón.

    2.2.3. Moral de cátedra

    La moral "monástica" a finales del XII se diversificó con la moral "conventual". Los Hermanos Predicadores de Sto. Do­mingo (dominicos) y los Hermanos Menores de S. Francisco (franciscanos) intensificaron las polémicas en las Escuelas catedralicias y uni­versidades y se enfren­taron en variedad de opiniones.
   En las Universidades se pusieron de moda las disputas de cátedra (quaestiones disputatas) y las que se abrían al público en ostentaciones espectaculares (quodlibetales), como complemento a las lecciones y explicaciones sistemá­ticas y ordinarias.
   Era la hora de las artes liberales y se reclamaba "libertad para pensar, para discutir y para discrepar". Se disputaba de todos los temas posibles, de la naturaleza, de la sociedad, de las leyes, de las guerras. Los hábiles disputadores componían florilegios, en los cuales se reflexionaba por escrito para que otros leyeran y respondieran, siguiendo esquemas clásicos: cuatro virtudes cardinales, sentido de las plegarias, los mandamientos de la ley, las bienaventuranzas.
   El más célebre de estos escritos, el "Florilegium gallicanum", es un resumen interesante de cuestiones morales siguiendo observaciones y preguntas del romano Horacio: pobreza, embriaguez, relaciones conyugales, etc. seguida de las respuestas dadas por el autor.
   La escuela de Chartres fue famosa por sus pensadores que daban respuestas además de ofrecer preguntas. Así se veía en Bernardo de Chartres que enseñaba a recoger y a agrupar los párrafos mora­les de los autores estudiados. El libro de "Moralium dogma philosophorum", atribuido a Guillermo de Conches (+ 1145), es una adaptación del libro "De officiis" de Cicerón.
   Juan de Salisbury (+ 1180), obispo de Chartres, enseñaba una moral basada en la idea del bien y de la virtud. Y reflexionaba sobre los deberes del individuo en cuatro temas: el bien propio; el desprecio del mundo; el respeto del prójimo; la religión.
  - Abelardo (+ 1142) fue la figura del moralista que iba sembrando inquietudes con sus agudas observaciones y sus incisivas preguntas. Incluso cuando tuvo un hijo con su discípula Eloísa, cargando "todas" las consecuencias, las cues­tiones morales se hicieron más vivas.
   Ejerció una influencia grande en textos como "Sobre la Etica o el libro de conócete a ti mismo", al afirmar que vivir conforme a la Escri­tura está bien, pero que hay que consultar también a la razón como fuente de la verdad en general y de los problemas morales en especial. Es lo que no entendía S. Bernardo, su ardiente adversario, que le acusaba de hereje y corruptor.
   Su polémica resultaba arrolladora y sus libros dialécticos, "Del sí y del no" por ejemplo, iniciaron un nuevo método para tratar las cuestiones morales. Abelardo fue maestro en el arte dialécti­co y catequístico. Dividió sus Sumas en partes: Fides, Caritas y Sacramentum. Es­tableció el esquema básico de los siglos venideros: lo que se debe creer, lo que se debe practicar y lo que se debe vivir y orar (Dogma, Moral y Culto).



Giordano Bruno

  2.2.4. Sentencias y Sumas

   Las Summas teológicas y las colecciones de Sentencias se constituyeron a finales del XII como Guías de reflexión sistemática en Filosofía y en Teología. Eran estructuras mentales organizadas conforme a un plan cautivador.
   Hubo muchas. Las sentencias en cuatro libros del teólogo Pedro Lombardo (+ 1159) de París, fueron las más conocidas. En ellas la Moral se presentó como un con­junto de cuestiones que es preciso aclarar mediante la discusión. En el libro II se encuentran temas como "los actos libres, el pecado, el deber, la conciencia. En el III se plantean cuestiones más hondas: Si Cristo tuvo virtudes teologales, si la caridad es amor al hombre, si amar es mejor que cumplir los mandamientos. En el IV se habla de sacramentos: penitencia y pecado, matrimonio y deberes conyugales, obediencia a la Iglesia.
   Al final del siglo XIII el terreno está ya preparado para que surjan los primeros tratados sistemáticos de moral, como es el caso del escrito "De las virtudes, de los vicios y de los Dones del Espíritu Santo", escrito en 1161 por Alano de Lille (+ 1202). En este texto se usa por primera ver la expresión "theologia moralis".

   2.3. Siglo escolástico

   El siglo XIII es el tiempo de la "Moral teórica". La Teología alcanza rango de disciplina universitaria. En las cátedras de los grandes maestros aprenden cada vez más discípulos que serán obispos, jurisconsultos y maestros o doctores consumados. Las universidades adquieren prestigio social y autonomía: París, Salamanca, Oxford, Cambridge, Lyon, Bolonia, Palermo, Aix de la Provenza...
   Las Ordenes mendicantes, franciscanos y dominicos sobre todo, llenaban las cátedras de Teología y Filosofía con sus figuras más selectas, que serán los mejores maestros de la historia cristiana.
   El racionalismo y naturalismo de Aristóteles, traído a Occidente por los maestros islá­micos (en árabe) como Avicena y Averroes, y convertidos los textos en cristia­nos (latinos), se enfrentará al intuicionismo y al dualismo de Platón y sobre todo de San Agustín asumido como común denominador de los franciscanos.
   La rivalidad intelectual entre dominicos y franciscanos, entre agustinos y otras instituciones canonicales, será el motor del nuevo saber científico y teológico. Y también los temas morales se presentaban teñidos del sabor estimulante de la polémica. Algunas figuras son clave como la de Roberto Grossatesta (+ 1253) que traduce la "Ética a Nicómaco" y la comentaba en lenguaje cristiano.


 

   2.3.1. La escuela dominica.

   Cobró importancia decisiva y estimuló a las demás durante todo el siglo XIII. Se aferró como originalidad y como mejor base del racionalismo que la inspiraba, a la terminología de Aristóteles, la cual pronto entró con contraste con la platónica divulgada por la autoridad indiscutible de San Agustín.

   2.3.1.1. San Alberto Magno (+ 1280)

   Fue el primero en cambiar de dirección moral, al ser naturalista entusiasmado por las leyes del universo y llegar a Obispo de Colonia, lo que le protegía de acusaciones de herejía. Abrió la puerta al pen­samiento aristotélico en el ámbito universitario.

   2.3.1.2. Sto. Tomás (+ 1274)

   Fue el verdadero maestro de moral sistemática y aristotélica, como lo fue de las demás áreas de la Teología. Jugó desde la perspectiva del genio con dos hilos de oro en la preparación de sus tejidos teológicos. El hilo de la razón al servicio de la fe, como se advierte en su "Suma contra Gentiles"; y el hilo de la fe que ilumina la razón, en la inacabada "Suma Teológica".
   Lo completa con sus "Comentarios de la Escritura", en los "Comentarios filosóficos y teológicos" en torno a las Sentencias de Pedro Lombardo, a las Cuestiones disputadas o Quodlibetales, en otros pequeños documentos que han quedado olvidados en la Historia ante el fulgor deslumbrante de las dos Summas y la amplitud de los tratado en ellas.
   Pero el "Doctor angélico" tiene otros tratados interesantes para la moral como por ejemplo: "De mal". Su moral es teológica pero autónoma y sistemática. Es antropológica, pero trascendente. Es personal, pero también eclesial. Es filosófica, pero hondamente evangélica.
   Cualquier tema, por arduo que sea, tiene cabida explícita o implícita en esta mente privilegiada: actos, virtudes, intenciones, pecados, conciencia, la ley, la gracia, la libertad.
   El eje expositivo de la moral tomista se halla en el insuperable tratado de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y cardinales (prudencia, fortaleza, templanza y justicia). Nunca se ha logrado un tratado tan admirable como el logrado por este hombre singular que no tuvo en la vida otro pecado que no haber terminado la Summa, aunque la culpa no fue suya sino del mismo Cristo que le quiso recompensar antes de terminarla, según la piadosa leyenda de una de las apariciones al santo dominico.

   2.3.2. La escuela franciscana.

   Los franciscanos fueron agustinianos y platónicos por oposición a los dominicos, más que por persuasión científica.

   2.3.2.1. Alejandro de Hales (+ 1245)

  Fue el moralista más prestigioso, docente en la universidad de París, que entré en la Fraternidad franciscana en 1236. En la "Suma teológica" que hizo con diversas colaboraciones, trató con maestría y originalidad los temas más vitales de la moral franciscana: el valor y actuali­dad de S. Agustín como guía y el predominio de la voluntad libre sobre el mero razonar lógico.

   2.3.2.2. San Buenaventura (+ 1274)

   Erudito y sorprendentemente capaz, Juan de Fidanza, el Doctor seráfico, rechazó el aristotelismo como sistema, pero fue tributario de sus beneficios. Su fuerza estaba en la intuición mística y en el gozo ascético de la unión a Dios.
   Su obra "Itinerario de la mente hacia Dios" es la más expresiva. En el "Comentario de las sentencias de Pedro Lombardo" o en el "Breviloquium" presenta a Cristo, Verbo de Dios, como modelo de la vida cristiana y como última explicación de todas las ciencias, incluida la relativa a la conducta humana, que es la moral cristiana.
   Para el santo organizador de los seguidores de San Francisco (es su segundo fundador), toda criatura viene de Dios y de Cristo y vuelve a Dios siguiendo los ejemplos de Cristo. 
   La caridad es el alma de la moral. La voluntad de Dios, manifestada en la ley natural y lleva a plenitud en la evangélica, es la cumbre de toda moral. Naturaleza y gracia no son opuestas. Son dos caras de la misma moneda y son ambas imprescindibles para vivir conforme al que­rer divino.

   2.3.2.3. Duns Scoto (+ 1305)

   El otro excelso moralista franciscano fue Juan Duns Scoto, que com­plementó la reflexión, o más bien exposición, de Buenaventura. Transformó en sistema coherente las intuiciones del "ejemplarismo cristológico" y del "voluntarismo" de sus predecesores. Lo hará de forma original y creativa. Oxford y París fueron sus plataformas de actuación. Allí trató temas sutiles: el amor infinito de Dios como punto de partida, la vida de unión con Dios como camino, la esperanza en que llegará la unión eterna como ideal.
   Escoto resaltó la libertad humana como base de la moral, como don de Dios. Toda moral es ejercicio de libertad. El pecado es un acto libre con objeto equivocado. La virtud es una elección libre que lleva al hombre a su fin.
    Es interesante Scoto en el plano catequístico, pues distingue la moral de las dos tablas de la ley: la más divina que es la primera con los tres primeros preceptos del decálogo; y la segunda, con las normas del obrar humano. Distinguía pues los preceptos de voluntad de Dios absoluta (Dios no puede no querer que se cumplan esos preceptos). Y ponía en segundo lugar los preceptos de potencia ordenada (los preceptos humanos) que podrían haber sido de otra forma.
   De esta manera Duns Scoto tomaba partido ante la condena que en 1277 el Obispo de París, Esteban Tampier, había fulminado contra la interpretación averroísta de Aristóteles, la cual había cogido de lleno a las enseñanzas de Sto. Tomás, aunque luego habría que echar marcha atrás pues los dominicos nunca defendieron lo que el impulsivo Obis­po había condenado.

   2.4. Moral práctica.

   El resultado de tantas discusiones y teorías morales fue estimular la concien­cia de la libertad en los hombres y el temor a obrar el mal y caer en pecado. Se empieza a sentir la necesidad de discernir en lo intelectual, pues hay muchas opiniones, y de examinar la conciencia personal de cuando en cuando, arrepentirse del mal y volver a la vida de gracia, si ésta se ha perdido. Las inquietudes morales comienzan a calar en el pueblo fiel y no sólo en los catedráticos.
   El concilio IV de Letrán, de 1215, convocado por Inocencio III, impuso a todos los cristianos con uso de razón la obligación de la confesar al menos una ves al año las culpas graves ante el propio párroco. Los franciscanos y dominicos se encargaron de extender la práctica de confesar con frecuencia para obtener el perdón y hallaron en el confesonario en el siglo XIV y XV lo que en el XIII tenía en las cátedras universitarias.
   Entre dominicos y franciscanos circularon múltiples "Sumas para los confesores", cuyo modelo fue la "Summa de casibus paenitentiae", del dominico catalán san Raimundo de Peñafort (+ 1275). Las Sumas escritas por dominicos solían seguir el orden de las virtudes; las de franciscanos preferían el orden del Decálogo y los minuciosos exámenes morales.
   En el siglo XIII circularon también Manuales de confesiones, que ofrecían al confesor y al  penitente  diversas consignas para la administración del sacramento de la penitencia.

 
 

 

   3. El personalismo humanista

    En el siglo XIV se desarrolla un fuerte movimiento espiritual que trata de cultivar la intimidad y los valores de la persona individualmente considerada. La Teología moral desde el siglo XIV al XVIII se convierte en un plan de hacer que el cristiano sea cada vez mejor. La tendencia a la perfección se propone como ideal. La práctica de la virtud se mira como camino.
   De las actitudes subjetivas, personalistas, humanistas, nacerán luego dos grandes explosiones: la reforma protestante en busca de un cristianismo más bíblico y menos jerárquico; la contrarrefor­ma católica de Trento en busca de un catolicismo más eclesial y jerárquico y menos liberal y subjetivo. Los unos se regirán en todo, también en moral, por el principio del libre examen; los otros se apoyaran en el Magisterio para evitar el error doctrinal, pero en busca también de la seguridad moral. Los cristia­nos evangélicos protestarán ante Carlos V en la Dieta de Spira (1529) y se llamarán "protestantes". Y a los fieles a Roma se llamarán a sí mismos católicos contra el calificativo de "papistas" con el que les denominaban sus adversarios".

   3.1.  Ockhamismo

   Esa actitud contará con un precedente influyente en el franciscanos rebelde Guillermo de Ockham (+ 1350) que es el emblema o eslabón del tránsito a lo nuevos tiempos morales: subjetivo, iluminado, rebelde, crítico, perseguido.
   La vida agitada del catedrático Ockham se convirtió en polémica, una vez que se refugió en la corte de Luis I de Baviera (defende mihi gladio et ego defendo tibi cálamo). Entre 1317 y 1320 compuso en Oxford su "Comentario a las Sentencias". Defendió la libertad, la conciencia, la igualdad de todos ante Dios. Negó al Papa el derecho a gobernar como un señor terreno.
   Su influencia en el mundo occidental fue inmensa. Su doctrina moral, sincera en la primera etapa de su vida, se politizó cuando se puso al servicio del Emperador. Se atrevió a sacar conclusiones prácticas de los principios que estableció con cierto resentimiento. Y se deslizó rápidamnte hacia el subjetivismo y hacia el nominalismo ético: lo que Dios quiere es bueno y lo que no quiere es malo.
   Evidentemente con ello negaba la objetividad del bien y del mal, Pero acciones como la guerra, la venganza, la dependencia familiar, la monogamia, la esclavitud, etc. se reducían a relativas.
   El punto de vista moral de Ockham tuvo mucha difusión desde la primera mitad del siglo XIV hasta comienzos del XVI en Inglaterra, en Alemania y en Francia. Figuras como Pedro de Ailly (+ 1420) y Juan Gerson (+ 1429) estuvieron muy influidas por él. A finales del siglo XV Gabriel Biel (+ 1495) trató de presentar una forma del ockhamis­mo adaptada a la ortodoxia católica.
   De las idea de Ockam a la teoría del libre examen, a la creencia de que la autoridad religiosa viciosa no puede mandar a los fieles, de que el poder civil puede dar leyes religiosas, de que la moral es subjetiva y cambiante, de que se pueden someter los criterios morales a la voluntad de las autoridades civiles, es decir del protestantismo como sistema moral, no había más que un paso.

    3.2. Sumas para  confesores

    Con todo, la moral de la gente sencilla se mantuvo distante de las cátedras y de los problemas teóricos de los escritores. Siguieron en los siglos XIII y XIV las sumas penitenciales. Pero no formaban la con­ciencia. Sólo clasificaban las faltas y las consiguientes limosnas y penitencias. Surgieron nuevas "Sumas para confe­sores": unas más amplias y otras más resumidas, unas más prácticas y centradas en los actos y en el número de veces que se repiten y algunas, pocas, más orientadas a los criterios.
    Modelos de estos escritos fue la extensa "Summa Astesana", de Aste­sano de Asti. Otras fueron la "Summa Pisane­lla, de casibus conscientiae", en 1436, de Bartolomé de Pisa, con un "Supplemen­tum" añadido por Nicolás de Osimo.
   A fines del siglo XV incluso aparecie­ron Sumas alfabéticas, en forma de diccionarios de teología moral: la Battistiniana, de Battista de Salis (1480); la Summa Angélica, de Angelo de Chivasso; la Synestrina de 1516, de Silvestre de Pieras, la Summula de Gaetano, en 1525, la "Armilla Aurea" de Bartolomeo Fumi (1550). Estas Sumas se hicieron cada vez menos prácticas. Se dedicaron a discutir casos (casuística) más que a fundamentar principios. Por eso fueron desapareciendo.
   Más duración tuvieron los "manuales de confesión para uso de los confesores y de los penitentes", que eran sobre todo instrumentos pastorales para exhortar a la reflexión (examen de conciencia) y suscitar la conversión (plegarias de arrepentimiento y exhortaciones de propósito de la enmienda).
   Algunos de estos manuales era largas listas de culpas posibles. Ejemplo del género fue la "Summa theologica", del dominico San Antonino de Florencia (+1459), hecha en base a páginas enteras tomadas de Sto Tomás y de otros autores. La mejor parte de esta Summa refleja las tradiciones y usos de la vida de Florencia durante el Quatrocento.

   3.3. Renacimiento del tomismo.

   A comienzos del siglo XVI surgieron teólogos y filósofos que ayudaron a llevar el pensamiento moral por el camino del derecho y en busca de la responsabilidad y del compromiso participativo de los cristianos. Era momento que en triunfaba el humanismo, o visión del mundo cen­trada en el hombre más que en el Creador. El humanismo simpatizaba con las fuentes antiguas: autores griegos y latinos, Biblia, los Padres primitivos.
   Al mismo tiempo se sentían los problemas que habían surgido del nacimiento del nuevo mundo americano y de los grandes viajes por Oriente.
   Aparece una moral basada en la libertad, en la verdad, en los derechos de los pueblos, en la justicia de las leyes, en el valor de la vida. Se resalta por parte de muchos autores la caridad y la libertad responsable. Las obras de Erasmo, como "Plan de vida del soldado cristiano" o la mordaz crítica de "El elogio de la locura" reclaman un revisión de actos de piedad y de penitencias sin sentido. Los demás humanistas como el cardenal Nicolás de Cusa (+1464), Luis Vives (+ 1540), Tomás Campanella (+ 1639) reclaman una vida moral más conforme con la cultura, con la libertad y con la igualdad entre los hombres. Y se alejan de los otros humanistas no cristianos como Maquiavlelo (+ 1527) o Miguel de Montaigne (+ 1592), que reducen la moral a política.
   El descubrimiento de América y su colonización: dominio de indio, explotación, acumulación de riquezas, afanes expansivos, convulsionan en muchos lugares del viejo mundo las conciencias. La preguntas éticas se plantean hirientes: ¿Tienen alma los indios? ¿Son ciudadanos normales? ¿Es tolerable convertirlos por la vio­lencia?
   El renacimiento tomista, o vuelta a los gran postulados éticos de Sto. Tomas, se da en autores como el dominico Conrado Koellin (+ 1536) de Colonia, con sus "Commentario a la Suma" y en el también dominico de Italia Tomás de Vio, llamado Cayetano (+ 1534), que escribe el primer Commentario completo de la Suma teológica.
   Es en España donde más brilla el neotomismo en la escuela dominica de Salamanca, de donde nacen las soluciones que bien se pueden denominar la "aurora del Derecho de gentes". Figuras de la moral más afamadas se pueden citar. Francisco de Vitoria, dominico (+ 1546), estudia en sus  "Relectiones" el valor del poder civil y ecle­siástico, los derechos del hombre cristiano o no, los problemas coloniales, las relaciones de la Iglesia y del Estado.
   Domingo Soto, también dominico, (+ 1560) expone los problemas de la moral en "De natura et gratia" y ahonda cuestiones relacionadas con la justicia y la economía en el "De iustitia et iure".
   Melchor Cano, dominico (+ 1560) presentaba en "De locis theologicis" normas para estudiar las cuestiones morales desde la Escritura y la tradición.
   Bartolomé de Medina (+ 1580) inició tal vez prematuramente la polémica sobre el "probabilismo" como criterio moral y de momento lo rechazó.
   Domingo Báñez, dominico, (+ 1604) centró su visión de la moral en el estudio de los grandes principios, dejando el análisis de los casos a los teólogos de otras órdenes.
   También entre los jesuitas hubo brillantes moralistas que tomaron el guante de las cuestiones difíciles y, con brillo no menor al de los dominicos, alentaron una visión neotomista de la moral.
   Gabriel Velázquez, jesuita, (+ 1604) reclamaba la atención en la concordancia de la ley moral con la razón humana. Francisco Suárez (+ 1617) brillaba en su estudio de los mandamientos como necesario complemento de la naturaleza.
    Luis de Molina (+ 1600) proclamaba la libertad humana como base de toda moral, con su obra "De iustitia et iure".
    Lessius (+ 1625), en la obra "De iustitia", recogía el problema moral de la economía competitiva y juzgaba duramente a los conquistadores que se apoderaban de la riqueza ajena.
   El matrimonio fue estudiado moralmente por el P. Tomás Sánchez (+ 1610), que compuso su obra "De sancto matrimonii sacramento. Al mismo tiempos el P. Enrique Enríquez (+ 1608) difundió su tratado "De ordine".

   3.4. La hora de Trento

   El Concilio de Trento (1545-1567) publicó en 1551 un Decreto doctrinal y algunos cánones sobre el sacramento de la Penitencia. Condenaba la doctrina protestante sobre el pecado. Reforzaba la tradición de la recepción sacramental con confesión y absolución individuales. Declaraba con toda claridad que "por derecho divino es necesario confesar singularmente todos los pecados mortales..., incluso los ocultos y que van contra los dos últimos mandamientos del Decálogo, con las circunstancias que cambian la especie". (Denz. 1707).
   Al reclamar en otro Decreto de 1563 la fundación de seminarios y la conveniente formación de los sacerdotes para administrar rectamente los sacramentos, se exigía preparación moral sólida en los futuros confesores, la cual debía ser práctica, eclesial y completa.
   Al aplicar la decisión, se preguntaban los responsables por los materiales que deberían ser empleados. Las Sumas para confesores, especialmente las sumas alfabéticas, presentaban inconvenientes, sobre todo de carácter pedagógico. Se sentía la necesidad de un plan orgánico de teología moral, pero también de libro de texto para el estudio en los cuales quedaran claros los principios y no sólo los ejemplos.
   En la segunda mitad del siglo XVI se imprimieron diversos ensayos para orientar a los confesores en las consignas tridentinas. Merece la pena citar por su empeño a diversos autores, como el agustino Martín de Azpilcueta y los jesuitas Juan Polanco y Francisco Toledo.
   En 1600 el jesuita Juan Azor (+ 1603) publicó el primer volumen de "Institutionum moralium", libro en el que se trataba de "todas las cuestiones para la recta administración de la penitencia". Se daba en el texto importan­cia al cumplimiento de la ley; se dejaba en segundo lugar las intenciones y las circunstancias agravantes o atenuantes de los actos morales.
   Los problemas sobre la vida, sobre la sexualidad, sobre la justicia, se trataban en este siglo como normas universales Determinadas discusiones entre jesuitas y dominicos complicaban la situación. La polémica del probabilismo sobre el probaliorismo ganaba la palma en las disputas. Eran temas eruditos que se escapaban a los simples fieles, pero que consumían muchas páginas de los libros.

 

  

 

   

 

    4. Racionalismo e Ilustración

   Las discusiones postridentinas produjeron cierto cansancio moral. Cuando llegó el siglo XVII, hasta los mismos moralistas entendían que se estaba navegando entre dos aguas. El agua científica que se quedaba en la especulación y el agua de los simples fieles que practicaban la virtud o vivían en pecado, que era la práctica de comerciantes llamados usureros, de los marineros llamados aventureros, de los cónyuges infieles o de los clérigos tachados de avarientos.
   Por eso en el siglo XVII surgieron nuevos interrogantes morales: entre actitudes morales rigoristas alentadas por el absolutismo de los monarcas europeos, por los anatemas que resonaba desde Trento, por las actitudes galicanas y jansenistas, y las tentaciones del liberalismo moral llamado laxismo o del subjetivismo ético que se denominaba protestantismo
   Por su fuera poco, Descartes (+ 1650) con escritos como "Tratado de las pasiones del alma" o "Tratado del hombre",  dejó tras de sí una estela racionalista desconcertante y gérmenes morales peligrosos: la separación entre filosofía científica y creencias religiosas.
   Con Descartes se abrieron cauce otras posturas éticas: el empirismo de Locke (+ 1704), el determinismo de Leibniz (+1716), el racionalismo de Malebranche (+ 1715), el pesimismo de Tomas Hob­bes (+ 1679). Entre el laxismo moral y el rigorismo se desarrolló una nueva oleada de inquietudes morales.


 
 

4.1. El laxismo moral

   Fue un intento, o una necesidad, de humanizar la moral y superar las frías normas jerárquicas, dando más valor a la conciencia que a la lógica, a los motivos que a las leyes.
   Las causas de la actitud moral laxa estaban en el cansancio que produjo el método casuístico y las polémicas especulativas de mu­chos teólogos y escritores. La mayor aceptación de las posturas probabilistas favoreció las actitudes flexibles. Incluso la moral católica parecía ser más tolerante con las acciones de las clases privi­legiadas (en cuestión de duelos, de abortos, enriquecimiento o en licencias sexuales) y se hacía más exigentes con el pueblo llano (cumplimientos religiosos, ayunos obligatorios, bailes populares) que se regulaban siempre de forma supeditada a la autoridad.
   Entre los autores laxistas en moral se pueden citar algunos: Antonio Diana (+ 1663), Juan Caramuel (+ 1682), Esteban Bauny (+1649), Antonio Escobar y Mendoza (+1669), Tomás Tamburini (+1675), Mateo de Moya (+ 1684).

    4.2. Los rigorismos

    Fueron muchos y revistieron determinados nombres de autores o escritores socialmente resonantes y agrupados en corrientes de apoyo mutuo.

   4.2.1. Rigorismo jansenista

   El jansenismo fue una reacción moral contra el laxismo. En Francia y en los Países Bajos surgió de manera intensa en torno al libro "Augustinus" de Cornelio Jansenio. (+ 1638), en el que consignó los funda­mentos de esa actitud moral: vi­sión pesimista de la naturaleza humana caída, predestinación, necesidad absoluta de la gracia a la cual no se puede resistir, rechazo de la razón en teología y de la casuística en moral, retorno a la tradición patrística (sobre todo agustiniana) en la interpretación de la Biblia.
   Juan Duvergier de Hauranne, abate de Saint Cyran (+1643), director espiritual de Port Royal, predicó sobre la necesi­dad de una nueva disciplina en relación con la Penitencia y la Eucaristía. Pidió la vuelta a los modelos de los primeros cristianos. Y Antonio Arnauld (+ 1694), en un libro sobre la Comunión frecuente de 1643, restringía tanto la Eucaristía y ponía tales exigencias de perfección que nadie en la práctica podía acercarse a comulgar. La misma absolución penitencial era tan exigente que los pecadores quedaban sin esperanzas de perdón.
   Ese grupo integrista extremó las críticas contra los jesuitas, a los que acusaban de haber caído en la tolerancia más escandalosa. La bula "Cum occasione" de 1653 que conde­nó el jansenismo, Fue rechazada por figuras como Blas Pascal (+ 1662), que atacó burdamente a los jesuitas en sus "Cartas provinciales".
   Aunque la moral jansenista fue poco a poco rechazada, su visión del hombre, pesimista y negativa, quedo latente muchos tiempo en los movimientos integristas franceses, prácticamente hasta dar sus últimos coletazos en el siglo XX

   4.2.2. El otro rigorismo

   Algunas interpretaciones de las condenas del Magisterio sobre los males el laxismo y del rigorismo exigieron nuevos avisos. En 1665-1666 Alejandro VI condenó 45 proposiciones laxistas (Denz 2021 a 2065) y en 1679 Ino­cen­cio XI condenó otras 65 (Denz 2101-2167).
   Algunas instituciones religiosas revisaron sus posturas. En 1657 la Orden de Predicadores se separó del probabilismo y aceptó el probabiliorismo. Esta posición sería brillantemente defendida por la escuela dominicana de Tolosa: J. B. Gonet (+ 1681) y V. Contenson (+ 1674).
   Entre los teólogos jesuitas se incrementó la división de opiniones. Pero en general no se avinieron a rechazar todo lo que las decisiones del Magisterio repudiaban; o se contentaron con interpretar hábilmente, al estilo jesuita, lo que significaban tales decisiones.
   El jesuita Tirso González (+ 1705), al que el Inocencio IX haría elegir Prepósito General de la Compañía para alentar el probabiliorismo, tuvo que hacer esfuerzos de equilibrio para no inclinar a toda la Orden una dirección sesgada.
   Algunos intentos de buscar "términos medios" en las polémicas no dieron mucho resultado. Por ejemplo, el manual publicado en 1702 por Francisco Genet, escrito en francés y traducido al latín como "Theologia moralis seu resolutio casuum conscientiae juxta Sacrae Scripturae, Canonum et Sanctorum Patrum mentem", se extendió en Italia y en Alemania, no tuvo mucho vigor y pronto fue olvidado. Se oponía al probabilismo, pero sin excesiva rigidez. Era rigorista en casi todo, pero hablaba de la conciencia y de las circunstancia no recomendando juicios categóricos en temas morales.
   Similar camino tomaron en la segunda mitad del siglo XVIII el dominico Domenico Concina (+ 1756), que se caracterizó por su antiprobabilismo en su obra "Storia del probabilismo" de 1748. En su "Theologia christiana dogmaticomoralis", en 10 volúmenes con dos de documentos (Apparatus), publicada entre 1749 y 1751, proponía un método basado en la Escritura y los Padres y eso hacia sus tesis más moderadas.
  Las agresivas influencias y acusaciones de los Enciclopedistas franceses como fueron Rouseau (+ 1778), Voltaire (+ 1778), Montesquieu (+ 1755) a los planteamientos morales cristianos, sólo consiguieron una mayor definición de la conciencia en la moral de la Iglesia y el que todos cayeran en la cuenta de que una cosa es el impulso natural del "Emilio" o la agresividad de las "Cartas filosóficas" volterianas y otra cosa las exigencias de un conciencia serena y basada en el Evangelio.

 

   4.3.  San Alfonso de Ligorio.

   al tiempos que los Enciclopedistas hablaban de una ilustración, otras mentes más privilegiadas que las suyas, reflexionaban éticamente.
   El gran teólogo moralista italiano de este tiempo moderado, y cada vez más apreciado por el Magisterio, fue san Alfonso de Ligorio (+ 1787), que compuso su "Theologia moralis" a partir de la "Medulla theologiae moralis" del jesuita Herman Busenbaum (+ 1749) y sobre todo de su experiencia pastoral.
   La segunda edición, en dos volúmenes, llegaría a las 1.475 páginas. El mismo Alfonso de Ligorio hizo varios resúmenes de su gran obra, entre los que se popularizó mucho el "Homo Apostolicus".
   Fue obra erudita, amplia, a mitad camino entre principios y soluciones, entre la reflexión y la experiencia, es decir, teórica y práctica a la vez. Su orientación era, como es normal, muy magisterial, aunque valiente y clarividente, humana y evangélica. No se puede decir en sentido estricto que fuera rigorista, pues abría el camino fácil al circunstancialismo ético. Era fruto de su larga experiencia de misionero ambulante y de confesor experimentadísimo. Su sistema intermedio fue llamado después "equiprobabilismo", aunque el término era una componenda.
   San Alfonso resaltó la conciencia, el criterio evangélico, el afán de la verdad sobre el interés por la polémica, el peso del Magisterio, los derechos de la libertad humana, el indiscutible significado de las circunstancias. El equilibrio de sus juicios prácticos sería la fuerza más influyente de sus directrices. Desconocido en su tiempo, sólo ya entrado el siglo XIX su figura cobró especial peso en la Iglesia. Y, misterios de la gracia, un moralista de juicios tan sinceros y sensatos, terminaría su vida a sus noventa años lleno de escrúpulos y de sufrimientos morales.
   La corriente moral de San Alfonso de Ligorio fue de alguna forma consagrada por la Iglesia con su beatificación en 1816 y su canonización en 1839. La misma oficina Romana, llamada Sda. Penitenciaría, respondió oficialmente una pregunta del cardenal Rohan Chabot del 5 de julio de 1831 acreditando que “los confesores pueden seguir con seguridad las opiniones este moralista" (Denz 2725-2727). Esta respuesta fue reforzada por su proclamación como doctor de la Iglesia por León XIII en 1871.

 

 
 

  

   5. La moral de los tiempos nuevos

   El torrente convulsivo de ideologías y problemas sociales y filosóficos del siglo XIX tuvo su incidencia también en las corrientes morales del siglo XX. Los cambios ideológicos del XIX fueron enormes, tal vez los más distorsionantes de la Historia de Occidente. Para la moral representó una nueva época en temas, sobre todo sociales, en criterios, sobre todo antropológicos, y en relaciones, sobre todo jerárquicas.
   Basta esta triple referencia para sospechar que la moral entró en una nueva fase de su historia. En ella entrarían en juego las inquietudes de una sociedad en pleno desarrollo industrial.

   5.1. Tránsito del XIX

   La teología moral experimentó diversas afluencias ideológicas que la hicieron revisarse por necesidad. Si por una parte una oleada política de restauración y se tienden a las alianzas, santas o no, y a los absolutismos, en los ideológico basta relacionar con la moral figuras como Engels, Fichte, Marx, Darwin, Comte,  Feuerbach, Sho­penhauer, Kierke­gaad y para terminar Nietzsche, para entender que se gesta una nueva sociedad.
   Todos estos nombres hablan de ruptura y agresividad. Pero no hablan de soluciones pacíficas, sino de golpes revolucionarios como lo que se extendieron por Europa en 1830, en 1848 y en 1870.



  

5.1.1.  Manuales de Teología moral

   Esa inquietud ideológica y social se condensa, o se intenta condensar, por parte de muchos moralistas en manuales directivos que sirvan para ordenar conductas y para clarificar criterios.
   Los manuales de teología moral se orientaron sobre todo a preparar sacer­dotes en los seminarios para ser confe­sores. No fueron manuales para laicos cultos que dieran sentido a sus elecciones morales. El Decálogo mosaico fue en ellos el eje vertebrador de las visio­nes mo­rales a pesar de que el mundo obrero, el capitalismo salvaje y los ámbitos intelectuales fueran por otros caminos.
   Uno de los manuales más difundidos fue el de A. Ballerini (+ 1881), completado por Palmieri. Otros más fieles al pensamiento alfonsiano fueron los de Wouters, Konings, Marc Gestermann, Aertnijs y Da­men. Hubo manuales más liberales, como fueron algunos de jesuitas probabilistas: Gury, Lemkkuhl, Génicot, Noldin Vermeesch, etc. Otros fueron más originales, como los del belga Thomas Bouquillon (+ 1907), que en sus "Institutiones Theologiae moralis fundamentalis" intentó superar los meros plan­teamientos morales con una base dogmática y bíblica.
   Ya al final del siglo, la Encíclica "Rerum Novarum" (1891) generó una enorme inquietud social y la moral se tiñó de reclamos morales en favor de la justicia, de la dignidad proletaria y de la exigencia del respeto al orden.

   5.1.2. Escuela de Tubinga.

   En los ambientes católicos de Alemania la ética de la conciencia autónoma, el racionalismo latente en el "imperativo categórico" de la "Metafísica de la cos­tumbres", de Kant (+ 1804), y los recuerdos latentes de la dialéctica hegeliana, marcaron determinadas resonancias teológicas y morales.
   Se siguió en algunos ambientes con excesiva fidelidad y se intentó armonizar con el cristianismo más conservador. Pero evidentemente esto no podía lograrse del todo y pronto se encargó la Dialéctica de Fichte (+ 1804), de Hegel (1831), de Schelling (+1854), de crear una nueva ética para los descontentos.
   En la primera mitad del siglo XIX se desarrolló una verdadera investigación en los terrenos morales en Alemania. El autor más impor­tan­te fue J.M. Sailer (+ 1832). En su "Manual de moral cristiana" se intentó ofrecer una exposición general de las normas que separan al cristiano del que no lo es. Su mérito fue el dinamismo que imprimía a la moral y el valor que daba a los compromisos basados en la caridad.
   La escuela de Tubinga, conjunto de pensadores relacionados con la Universidad existente en esta localidad, fue el fermento eficaz de inquietudes morales
   Los máximos impulsores de Tubinga, en búsqueda de la caridad, la vida de compromiso, la relación de la moral con el dogma y la liturgia, fueron J.A. Móhler (+ 1838) y también  J.B. Hirscher (+ 1865), que hablaron con insistencia del Reino de Dios. Sin embargo, Hirscher no dio reglas concretas que permitiesen traducir en la práctica la síntesis que ambos promotores hicieron.
   Algunos moralistas significativos de Tubinga, como Jocham Mágnus (+1893), todo lo centro en el Cuerpo Místico; Martín Deutinger se fue hacía el persona­lismo; Karl Weber (+ 1888) prefirió la mirada cristocéntrica; Fr. X. Lin­senman (+ 1898) continuó los trabajos de Sailer y Hirscher, resaltando los estilos paulinos en favor del a libertad.
   En Italia brillaron por un tiempo los juicios morales de Antonio Rosmini (+ 1855), que prefirió caminos intuicionistas y no superó su pensamiento fideísta, más afectivo y no lógico.

   5.1.3. La renovación tomista.

   En la segunda parte del siglo XIX se produjo también en Alemania un repunte del tomismo. El movimiento fue favorecido por la condena que recayó sobre Günther (Denz. 1828-1831) que se atribuyó a la inconsistencia filosófica.
   Ello hizo reaccionar a algunos moralistas, como a F. Probst  (+1899), que regresó al concepto medieval de virtud. También produ­jo una nueva reacción contra la simple casuística en moral, como se vio en F. Friedhoff  (+ 1878) y  en J. Schwane (+ 1892).
   En el fondo estas reacciones significaban el poder latente de la moral realista y práctica que venía desde Santo Tomás que se había activado con Ligorio.


  

 

   

 

   5.2  El siglo XX

   El siglo XX heredó los problemas morales del XIX y durante su ajetreada trayectoria social y espiritual se complicaron las opciones morales por las grandes revoluciones que fueron aconteciendo a lo largo de sus décadas: explosión demográfica, revolución de la mujer, revolución sexual, convulsión de la secularización, apertura ecuménica, revolución tecnológica en los últimos tiempos con sus efectos sorprendentes en la comunicación y en la globalización macroeconómica.
   Todo esto hizo tambalear multitud de conciencias oscilando desde el pragmatismo más atroz hasta el desconcierto más depresivo.

   5.2.1. A mitad de siglo

   A mitad del siglo, en el período intermedio de las dos guerras mundiales, se produjo una florecimiento portentoso en el ámbito pro­tes­tante, sobre todo de Alemania. Las ideas geniales de los grandes moralistas del protestantismo impresionaron el mundo católico (Bonhoeffer (+­ 1945), P. Tillich (+ 1965), R. Bultmann (+ 1965), Karl Barth (+ 1968) fueron las más conocidas. Estas figuras tuvieron también sus equivalentes en brillantes teólogos con resonancias morales en el ámbito católico: P. Teilhard de Chardin (+ 1955), K. Rhaner (+ 1984), Hans Kung (n. en 1929) que dieron una fuerte dimensión eclesiológica a sus opciones morales.
   Dos manuales de Moral llamaron la atención en la primera parte del siglo; el de Joseph Mausbach (+ 1931), "La moral católica y sus adversarios"; y el de Otto Schilling, el "Manual de Teología Moral". La caridad y el compromiso laten en ambos manuales.
   Al mismo tiempo se cotizaron otros manuales de inspiración alfonsi­na, aunque pronto vino a irrumpir en el cam­po ético católico los efectos del Código de Derecho canónico publicado en 1917.
  Y junto con el Derecho Canónico, de nuevo refluyó la veta oculta del tomismo en algunos de los buenos conocedores de Santo Tomás y de su líneas, como E. Gilson, O. Lottin, Ph. Delhaye.


 
 

5.2.2. Interdisciplinariedad moral

  En la medianía del siglo la teología moral fue recibiendo fuertes influencias de las otros campos religiosos como la Liturgia o la Historia eclesial.
  El movimiento litúrgico y el movimiento bíblico exigieron clarificaciones ideológicas que pusieron en dificultad a los moraListas con vocación de obediencia ciega al Magisterio.
  Y más agresivos en el terreno moral fueron los efectos del movimiento ecuménico, del afán social en favor del tercer mundo, de la misma teología kerigmática que demandaba a la moral algo más que normas y cauces para acceder al espíritu con libertad suficiente.
   Todo ello contribuyó al gran deseo de romper la teología moral de confesionario y de estructura clerical y hacer una moral evangélica desde la vida y para la vida.
   El concepto de pecado debería ser puesto en su sitio, para poder entenderse con otras creencias y con diversidad de visiones personales. El Evangelio es buena nueva y la moral cristiana tiene que ser positiva y no solo coercitiva. Lo importante es amar y no sólo evitar el pecado.

   5.2.3. El pluralismo moral

   En estas condiciones no podía evitarse que las líneas morales empezaran a ser muy diferentes, según la tonalidad preferente desde que se formulaban los princi­pios. Por eso en la década precedente al Concilio Vaticano II las opciones morales eran francamente dispersivas.
   El exégeta Fritz Tillmann preparó un manual de "Teología moral" para ayudar a imitar a Cristo, no para ayudar a esca­parse del infierno. Y otros autores centraron sus planteamientos morales en una visión eclesial de Cuerpo Místico de Cristo, no de sociedad internacional religiosa, como E. Mersch en 1933 con su "La moral del Cuerpo Místico", o J. Stelzen­ber­ger, con su "La venida del reino de Dios".
   Algo parecido ocurrió con los estudios de G. Gilleman, que se centró en la cari­dad, en su "El primado de la Caridad en la Teolo­gía moral" de 1952. Por su parte G. Thils, en "La teología de las realidades terrestres”, de 1949, se fijó en los compromisos con el mundo y la socie­dad en cambio acelerado.
   El Magisterio de la Iglesia, con Pío XII y Juan XXIII, condenó varias veces el existencialismo ateo (Denz. 3918) desde el punto de vista moral (existencialismo ético), por apoyarse en la idea de que las leyes natu­rales nada tienen que ver con la acción creadora de Dios, sino que son producto del azar y de las circunstancias.
   Los existencialistas A. de Waeh­lens y G. Marcel orientaron su reflexión existencialista a justificar éticamente la vida. Sólo en parte dieron un tono original a una especie de moral cristiana existencialista, que pronto pasó de moda.
   Otro movimiento que surgió fue el denominado "moral de situación", que se orientó a un relativismo peligroso en los problemas morales, aunque prestó especial atención a las situaciones humanas.
   El Magisterio no simpatizó nunca con ese antropocentrismo y puso con frecuencia reparos a relativizar normas, objetivos y conceptos, tanto en su enseñanza ordinaria como en definicio­nes más solemnes.
   En ocasiones ese celo del Magisterio, más procedente de elementos curiales que de las grandes visiones doctrinales de los mismos Pontífices, mostró desconfianza en las "morales flexibles, abiertas y no dogmáticas". Tal fue el caso de Bernard Häring, en su libro muy difundido "La ley de Cristo” editado en 1954, pero objeto de cierta desconfianza oficial de diversos jerarcas de la Iglesia. Sin em­bargo este tratado de moral positiva, por su carácter ecléctico y por sus bases bíblicas y antropológicas es una de las realidades significativas de la segunda parte del siglo XX en la moral cristiana.
   Esta actitud se intensificó ya avanza­do el siglo y después del Concilio Vaticao II con figuras latinomericanas cercanas a la teología de la liberación, incluso jerárquicas (Pedro Casaldáliga, Helder Cámara) y simples teólogos como Leonardo Boff.
  

Bernard Häring

   5.3. La moral del Vaticano II

   Estrictamente hablando el Concilio Vaticano II no tiene una definición moral concreta, como no la tuvo dogmática. La voluntad de Juan XXIII, el Pontífice convocante, fue la de un Concilio pastoral.
   Sin embargo, la riqueza de sus documentos generó una connotación moral en multitud de ocasiones. Resaltó la prima­cía de la caridad y el sentido de los valores humanos de la conciencia, de la libertad y de la inteli­gencia del hombre. Si se pudiera formular una síntesis de las consignas morales del Concilio, habría que centrarse en la idea del servicio al mundo, que es la razón de ser de la Iglesia. Y además sería imprescindible recordar que la moral es ante todo imitación de Cristo, a la luz de la Tradición y en comunión con el Magisterio. Romper con estas variables sería salirse de la moral cristiana.
   Si hubiera que buscar algunas referen­cias más explícitas, se podría acudir a la constitución doctrinal Lumen Gentium (39-42) y a Constitución pastoral Gaudium et Spes (primera parte) para advertir el deseo de que se supere cualquier ética individualista y el cristiano viva de cara a la comunidad cristiana.

   5.4. La moral postconciliar

   La evolución de la teología moral en el último cuarto de siglo, cuando ya los reclamos conciliares se fueron  haciendo historia, ha sido muy diversa y en ocasiones desconcertante.
   Se puede decir que el pluralismo es la forma que domina en la moral del comienzo del siglo XXI y la exigencia de libertad de conciencia, de superación de teorías, de regreso al Evangelio, de serenidad ante los nuevos interrogantes de la tecnología, de la bioética, de la tolerancia como talante de la vida moderna, laten en el entorno humano actual.
   Las cuestiones se complican al nacer el Nuevo milenio. No basta que el Papa publique una Encíclica de signo moral, como la "Varitatis Spledor" de 1993, para que se sigan sus consignas, como no bastó que un día Pablo VI publicara la "Humanae Vitae" en 1968 para que los cónyuges cristianos supieran a qué ate­nerse en el control de la natalidad. La vida moderna es tan compleja que los hombres, incluso los mejores creyentes, viven distorsionados entre la norma y el estímulo, entre la ley y la conciencia, entre el deber y la certeza del obrar bien.
   La moral se enfrenta siempre a nuevos desafíos. En los años venideros seguirá descubriendo con sorpresa nuevos inte­rrogantes. Y se harán conscientes los moralistas de que son difíciles los juicios categóricos Cuando de problemas huma­nos se trata.
   Difícilmente hoy los interrogantes sobre eutanasia, bioética, manipulaciones genéticas, inseminación artificial y técnicas de reproducción asistida, ecología, respeto a la intimidad por manejo de datos, derecho a la propiedad libre, defensa ante el terrorismo, pacifismo y guerra, derechos familiares, reparto equitativo de la riqueza mundial, se pueden relegar a las cátedras de Etica o se pueden resolver con decisiones de Curia.
   La moral de los tiempos nuevos puede y debe regresar continuamente al Evangelio. Pero debe contar con un hombre mejor informado que en otros tiempos, ha de abrirse a la trascendencia pero debe recordar que la religión no es un solucionario de ciencia, de antropología o de economía.
   Debe defender los valores eter­nos del hombre, como la familia, la conciencia, la libertad, el derecho al trabajo, la necesidad de la cultura, etc. Pero debe dejar un gran sector de cuestiones a la libre decisión de las conciencias sin pretender hacer leyes universalmente válidas en los aspectos periféricos. La vida es un valor central y la persona es una referencia; pero los modos de vivir cada persona la propia vida contará siempre con mil caminos y difícilmente se le dirá a cada hombre cuál es el mejor para él.
   Esto parece liberalismo, relatiVismo, subjetivismo. Pero otro lo llamarán pluraMismo, diversidad y respeto.